No existe la casualidad, hay que estar ahí

lunes, 21 de julio de 2014

Lo que ya no tenía

Sentía un tremendo vacío en el centro de su pecho, y razones no le faltaban, ya que este yacía hueco. No tenía corazón. No lo tenía porque ya no estaba junto a ella. El corazón que latía en él y le daba calor no era el suyo, sino el de ella. De esa manera, al abandonarlo le había dejado sin corazón. Al igual que lo había hecho con muchas más cosas. Ya no tenía el futuro que deseaba. Ya no tenía en frente a alguien ante el que mostrarse débil. Ya no tenía lágrimas, pues en el transcurso de los días las había gastado todas inútilmente, como un niño que le implora a su madre un capricho pasajero, solo que él ya no era un niño y aquello no era un capricho. Ya no tenía alma, ya que era incapaz de discernir si las decisiones que tomaba eran buenas o malas. Ya no tenía si quiera apariencia humana. Más bien se iba transformando en un cuervo, un cuervo albino. Por fuera entero e incluso con buena apariencia. Por dentro destrozado por la soledad y el abandono. Ya no tenía tampoco fuerzas para batir sus alas, ya que se mermaban cada vez que veía un recuerdo de los dos juntos. Quizá fuera por eso por lo que no era tampoco capaz de ver la salida de aquella jaula de espinas en la que se encontraba.

Realmente lo único que tenía era una tremenda incertidumbre. Un interrogante que le aplastaba como si del peso del destino se tratase. Y nada más allá de eso, ya que por muy libre que quiera ser un ser humano, siempre tiene definida la idea de su destino, que en el caso de ella parecía ser la propia libertad, mientras que en el caso de él era más bien ella.

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