No existe la casualidad, hay que estar ahí

domingo, 2 de noviembre de 2014

03:23

 No puedo dormir. Son las 03:23 de la mañana. Nunca había sentido tanto calor en el pecho y a la vez tanto frío en las extremidades ¿Recuerdas cuando jugábamos al calientamanos? Mi puño nunca había sentido la pared tan dura, y la almohada no debía de entender por qué lo estaba pagando con ella. Todo me perturba y te veo en cada esquina. Y pienso que el dolor emocional es mucho más duro que cualquier otro. Preferiría romperme cien veces el brazo, espera, ¿Recuerdas cuando me rompí el brazo?

No puedo dormir, pero al menos hay algo que me mantiene despierto. Una esperanza a la que tú te aferraste hace tiempo. Si no tuviera esa esperanza estaría loco, porque la locura es el estado en el que entra el alma humana cuando pierde la esperanza. Por eso me niego a decir que no, aunque sea la opción más dolorosa. Te estoy escribiendo al móvil, pero no le doy a la tecla de enviar. Se que no es justo para ti, pero también pienso que el amor no siempre lo es, lo he aprendido a lo largo de 3 años ¿Recuerdas a todas esas personas que querían separarnos de una forma u otra? Yo si.

Me respondes.

Se que en tus mensajes encontraré todo lo contrario a aquello que mi esperanza busca, pero me estás hablando y eso me ayuda. Es tarde pero no el final pienso. Los trenes pasan más de una vez, por esas almas que al igual que nosotros no obtuvieron el don de ser puntuales en las estaciones ¿Recuerdas cuántos trenes perdimos? Yo si, pero siempre estábamos juntos para subirnos al siguiente.

Te hago llorar y me hago llorar. Alivia pero escuece. Si escuece es que está curando. No quiero que cure. Quiero que seas tú quien me cure. Dices que no te quedan vendas en el botiquín. Yo ya no necesito la anestesia, ya no puedo sentir más dolor. 

Apunto en las notas de mi iPod todas aquellas frases inconexas que se me ocurren, pero que no conforman un texto. Son pequeños retazos de emociones. Por cierto ese iPod en realidad es tuyo, y el aparato donde suena su música también. Miro hacia el otro lado. El enchufe me mira con su único ojo echándome en cara que nunca recuperará el que le falta, porque tú nunca vendrás a ponérselo.

Te vas. Te dejo ir. Yo me quedo. 

"Las sábanas se convierten en el peor de los desiertos", pero el calor no es el peor de los dolores. Al fin puedo dormir.

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